Me gritaron, entonces dejé de ser yo. Me callé para ya no fallar. Me sometí , en días en los que ya no importaba la salida o no del sol. Entrecortada de rutas. El campo lo inundaba todo. Sus ojos estaban. Congelados. Desechos. Los mios tan solo lo esquivaban. El odio recorría sus pupilas, no podía escaparle. Años de amarle, años de rematarme. La muerte tocaba cada vez más seguido la puerta. La casa se hacía cada vez más oscura. Las habitaciones llenas de moho me dictaban el rechazo. "Allá en la ciudad es mejor" "allá en años anteriores es mejor" "allá lejos de acá" "allá sin el monstruo".
Me mira fijo. Lo perdono. Qué más da. A tantos kilómetros de la vida es la única esperanza,: el perdón, que somete en cada uno de los ladrillos mal puestos. Corro. me sofoca tanta agudeza junta. Busco en la cocina alguna llave. Está todo, completamente escondido. Yo las tiré, las enterré. Ahí. Yo estaba matándome, al quedarme. Él tan solo agarraba mis brazos los apretaba hasta dejarlos morados. Mi niño jugaba en la sala de juguetes. La casa estaba demasiado vacía de vida. Los moretones crecían, las puertas se cerraban. Estando al aire libre bajo los sauces en las siestas de verano sólo conseguía asfixiarme. Moría. Un poco. Todas las tardes.
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