-Te quiero de acá ida y vuelta al cielo- me decía mamá.
Ya con unos cuantos años encima, he sentido ese sentimiento por mamá y papá. Quizá por algunas personas más. También...
Aquí en casa siempre fue todo muy abrigado. Muy al resguardo. Jugaba con piedras y arena en la fábrica de papá. Y hacía lechuga con agua y pastos. Qué tiempos de felicidad infinita. ¿A quién se quiere en velocidad de la luz?
He querido. Sí. Amado. Quizá, seguramente. Me he destruido,también. Me he engañado, inclusive. ¿Pero qué es más humano que todo lo anterior? El mundo lleno de golondrina se hace de partes de nosotros, de eso que dícese ser alma. Quién sabe.
El amor. Wow. Fuerza inconcebible. El dolor. Fuerza comparable.
Me he traicionado sí. Me he rebajado, también. Me he sentido (siento) no merecedora del amor que se me da. Una máquina que titubea en mi cabeza le hace acelerar al corazón cada vez que una palabra o un acto enternecen mi piel, mi alma. ¿A mí? ¿Por qué? No se pierde esa maldita costumbre de sentirme siempre insuficiente, desde el jardín, o quizá antes.
La observo a mamá. Su personalidad opuesta a la mía. O no. No tan opuesta. Soy muy parecida a ella. Su amor y su sensibilidad. Su vulnerabilidad. Así me siento, vulnerable ante situaciones que nunca podré controlar; aún así me siento incapaz.
Las heridas traspasan los años. No se sana lo que no se trata. Entonces voy a un médico de corazones, ¿sabe usted cómo arreglar el corazón herido? ¿Sabe cómo puedo calmarlo en noches que se hacen eternas?
Me escucho. En notas. En una voz soprano-la mía, que no se anima a ser- y esquivo. No enfrento, me retumbo. Al fin escucho y siento, entiendo que nada es en vano. El proceso es eterno. Las sombras no se soplan. Las puertas a pasar no se cambian de dirección. No se hace el ridículo en pequeño. Se hace el ridículo en grande. Pecho inflado, pasos lentos y ojos abiertos. Todo pasó, incluso en los pasillos anchos. Todo se terminó. Y la cuenta del tiempo es interminable, pero sana ,como los mejores .
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